«A Hipólito Yrigoyen los diarios de la época lo acusaban de populista»

Entrevista de Tiempo Argentino a Diego Barovero, vicepresidente del Instituto Nacional Yrigoyeneano. Crítico de la conducción nacional de la UCR, cuestiona la alianza con el PRO y sostiene que «pactar con la derecha» implica «una crisis de identidad» del partido. «El radicalismo es una expresión claramente nacional y popular en su surgimiento», dice el dirigente boina blanca, que reconoce que ese lugar lo supo conquistar el kirchnerismo.

El dirigente radical Diego Barovero puede parecer, en el escenario político actual, como un político fuera de «moda». Es vicepresidente del Instituto Nacional Yrigoyeneano, una especie de «templo» del pensamiento doctrinario que fundó al radicalismo en el siglo XIX. El autor de UCR, su historia, su doctrina, sus nombres, entre otros libros, recibió a Tiempo Argentino en la sede del Instituto, un departamento en un edificio antiguo por la zona de Congreso.

El propio Barovero, vestido de saco, corbata y lentes, abrió la puerta que daba a la calle. Invitó a pasar y, mientras subía la escalera hacia el primer piso, contó que el lugar se maneja con pocas personas. De hecho, eran las 17 de un día en mitad de la semana y estaba solo él. Luego de pasar por un espacio en el que había unas 30 sillas acomodadas como para dar una charla, ingresó a una sala de reuniones. Había una mesa redonda, y en una pared se lucían los retratos de varios presidentes radicales. Estaban Hipólito Yrigoyen, y a pocos centímetros, Arturo Illia; más allá, Raúl Alfonsín. Era notoria la ausencia de Fernando De la Rúa. Quizás no había más espacio en las paredes, aunque al escuchar a Barovero se detecta su visión profundamente crítica sobre el gobierno de la Alianza. La misma opinión tiene de la conducción actual de su partido, aunque (esto sonará a peronismo) no saca los pies del plato.

«Hay una actitud autodestructiva porque cuando ha surgido alguno lo han boicoteado sistemáticamente. El 12% de los votos que sacó Ricardo Alfonsín en 2011 era una buena base de construcción».

Algunos sectores del radicalismo sostienen que es casi «catastrófico» no tener un candidato a presidente propio. ¿Es así?

Es grave, desde el punto de vista filosófico. Lo es para un partido que surge en el siglo XIX para impulsar un sistema republicano y democrático, para una fuerza que ha gobernado la Argentina en varias oportunidades. Lo grave para esta elección presidencial para la UCR es que sus principales dirigentes llegan con la decisión de que el radicalismo no puede gobernar el próximo turno. Con esa premisa se diseñó la estrategia de que el único camino posible era recuperar poder institucional para -quizás- participar de un eventual gobierno de coalición. Es lo que Ernesto Sanz (presidente de la UCR) denominó acuerdo posible, ventajoso y ganador. Era posible porque no incluía a Sergio Massa y por eso lo aceptaba Mauricio Macri. Era ventajoso porque supuestamente se reconocía un lugar muy importante para el radicalismo en las listas. Y era ganador porque supuestamente forzaba un balotaje y concentraba todo el voto antikirchnerista. Muchas de estas definiciones terminaron siendo una expresión de deseo. Yo estaba convencido de que teníamos que seguir con UNEN.

Antes habló de «gravedad filosófica».

Así es: hago este repaso para sostener que, lo grave, es que la UCR desanda su trayectoria histórica. Nació para enfrentar a los conservadores y ahora decide pactar con la derecha. Esto implica una crisis de identidad y una pérdida de pertenencia a la corriente nacional y popular a la que siempre estuvo incorporado. El radicalismo es una expresión claramente nacional y popular en su surgimiento. No soy muy amigo de definirlo como un partido progresista o social demócrata. Surgió como nacional y popular o populista, si se quiere. Alcanza con ver los diarios de la época: a Hipólito Yrigoyen lo acusaban de populista.

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No tenía las mismas connotaciones que hoy, pero era un modo de acusarlo de producir una supuesta deformación de lo popular. Por ende, renegar del populismo también es pelearnos con nuestra propia historia.

¿Qué alianzas debería haber hecho, según usted, la UCR?

En principio, yo era partidario de no hacer ninguna alianza o como mucho tenerla con las fuerzas con las que compartimos más historia, el socialismo, con quienes gobernamos en Santa Fe, con el GEN, que es un desprendimiento del radicalismo.

¿Por qué es distinta la situación actual a la de 2007, en la que llevaron de candidato presidencial a Roberto Lavagna, que tampoco era radical?

Ideológicamente es incomparable. Es, al menos, un dirigente de origen no liberal. Lavagna era un candidato sin partido y nosotros un partido sin candidato. Veníamos de sacar el 2,3% en 2003 con la fórmula Leopoldo Moreau-Mario Losada. La candidatura de Lavagna fue una creación de Raúl Alfonsín. Pero se trataba de un hombre que venía identificado con sectores de la burguesía nacional, que había sido un exitoso ministro de Economía de Néstor Kirchner. Una de las diferencias centrales con el acuerdo actual fue que Lavagna hizo fórmula con un radical orgánico, Gerardo Morales. Además: el binomio fue consagrado por la Convención y la plataforma de gobierno surgió de un debate partidario. La alianza Cambiemos no lleva un vice de la UCR y no tiene plataforma. El partido no gobierna este proceso, en 2007 sí lo hizo. Ahora se subsume a decisiones que se tomaron en otra parte, para que fuéramos parte pero sin demasiado protagonismo.

¿No hay también un proceso social, en el que el PRO avanzó sobre los sectores que tradicionalmente acompañaban la radicalismo, y entonces los dirigentes boina blanca optaron por «subirse al tren»?

Sí. Los dirigentes trataron de ponerse a la cabeza de un proceso que perciben, arreglar con el que se llevó «la clientela». Esto no fue un artilugio de los intendentes, que siempre suelen hacer este tipo de cosas. Pero podríamos haber asumido una actitud ética, aunque eso nos hubiera llevado a un lugar testimonial. No sería la primera vez. Yrigoyen, en 1897, diluyó el Comité Provincia. Entonces vino un gobierno de Julio Argentino Roca, que duró seis años, mientras Yrigoyen reorganizaba el partido, que reapareció en 1904 y en 1905 lideró la Revolución del Parque. Ricardo Balbín sacó muchas veces el 20%, por ejemplo.

¿Por qué Macri atrajo al electorado radical?

Es por la construcción, en parte mediática, de que él era la única y verdadera opción antiperonista que podía ganar. Está instalado que es el único que puede desalojar al kirchnerismo del poder. Y el anuncio de la alianza con Elisa Carrió (en enero pasado), que es una dirigente que cae relativamente bien en nuestro electorado, más allá de que la vote o no, terminó de desperonizar a Macri. Con eso terminó de cabalgar sobre los sectores sociales que antes nos acompañaban a nosotros.

Algunos de sus ex aliados de UNEN sostienen que la UCR está convencida de que no puede encontrar un candidato presidencial competitivo en sus filas.

Hay una actitud autodestructiva porque cuando ha surgido alguno lo han boicoteado sistemáticamente. El 12% de los votos que sacó (Ricardo) Alfonsín en 2011 era una buena base de construcción. No era una mala base para construir. Lo mismo pasó después con Julio Cobos, que hubiera hecho una mejor competencia contra Macri que la realizada por Sanz.

Antes habló de una crisis de identidad. El surgimiento del kirchnerismo, que llevó, si se quiere, al peronismo a retomar su senda histórica luego del neoliberalismo de los 90, ¿Influyó en la crisis de la UCR para reencontrar su espacio político-ideológico?

Sin ninguna duda. El kirchnerismo, y especialmente los dos gobiernos de Cristina, pusieron en marcha políticas que estuvieron en la plataforma radical de 1999, por ejemplo. A pesar de que el candidato tenía un perfil conservador (Fernando De la Rúa), en la plataforma estaba la recuperación energética, la de las AFJP, la de Aerolíneas, la Ley de Medios. Esas políticas impulsadas por el gobierno actual, en algunos casos con acompañamiento del partido y otros no, implicaron perder banderas que eran nuestras. Y la convicción de los dirigentes que manejan el radicalismo, desde que Raúl Alfonsín dejó el Comité Nacional, es que la única alternativa para volver al poder es ir por derecha, ya que el FPV tomó el otro lado del espectro. Siempre sostuve que entre la copia y el original la sociedad prefiere el original. Entonces, si la alternativa es por derecha, el representante terminará siendo Macri.

¿El radicalismo perdió la pulsión de un partido de poder?

Todo depende de que se entienda por poder. El acuerdo con Macri es por una cuestión de poder. Pero no para imponer un proyecto político desde las mayorías. Ser un partido de poder es desafiar el poder.

¿Cree que el acuerdo con el PRO servirá para recuperar robustez territorial y parlamentaria, como dijo Sanz, y que a partir de allí podrían pensar en gobernar?

Las intendencias no tienen mucho que ver con esto. Todos los intendentes, de todas las fuerzas, por sus necesidades, en general buscan una buena relación con el gobernador y con el presidente. Lo que sí es importante para el Comité Nacional es tener mayor cantidad de diputado y senadores. La experiencia además enseña, por ejemplo, que el radicalismo en 2007 tenía siete gobernaciones, a pesar de la mala elección nacional que había hecho en 2003. Pero estos mandatarios provinciales comenzaron a preocuparse por conservar los territorios y aparecieron varias corrientes distintas, entre ellas los radicales K. Esto es entendible, pero demuestra que la tesis de Sanz no es tan clara: no es cierto que tener más gobernadores garantiza una estrategia nacional para el partido.

«No nos perdonan el 2001»

Diego Barovero, dirigente radical, titular de Instituto Nacional Yrigoyeneano, no tiene ninguna duda sobre cuál fue el hecho que disparó la crisis de representación de su partido, proceso que tuvo como lógica consecuencia una enorme pérdida de la base electoral.

«Con el gobierno de la Alianza -le dijo a este diario-. Llegamos con un programa y usamos otro. Esa crisis hizo que se perdiera la relación con nuestra base social. Ya con José Luis Machinea (segundo ministro de Economía de Fernando De la Rúa) se planteó una reducción del 12% de los sueldos a los empleados públicos.

También hay que reconocer que la sociedad jamás hubiese votado a De la Rúa si él no prometía mantener la convertibilidad.

Podría haber tenido otro manejo. No era fácil devaluar, pero por no hacerlo se terminó cayendo. Tuvo tiempo de hacer una salida más ordenada. Entre la renuncia de Carlos «Chacho» Álvarez y la llegada de (Domingo) Cavallo (en marzo de 2001) se podría haber planteado un giro en la política económica y no se hizo. Y la sociedad no nos perdona esa crisis, es plausible. Le factura al radicalismo esa incapacidad.

El neoliberalismo estructural que venía de la dictadura fue llevado al extremo por (Carlos) Menem, en la década del 90, con el peronismo, pero el costó político de las consecuencias las pagaron ustedes.

Sí, por falta de convicción. Por no seguir nuestra propia agenda. Todos los ministros de De la Rúa estaban convencidos de preservar el uno a uno, de hacer lo necesario para mantener ese status quo. Esa experiencia de la Alianza desata la crisis de representación.

¿Cree que se puede recuperar?

Cada vez es más difícil. Era más fácil hace diez años que ahora. No pasa por tener siete diputados más. ¿Alcanza eso? El radicalismo perdió visibilidad. Ahora no aparece en la oferta electoral y esto no parece ser un problema. Eso es peor que perder una elección, es no contar con la consideración social. La UCR tiende a diluirse en coaliciones, por ahora, más allá de que sobreviva como referencia de ciertas tradiciones.

 

Tiempo Argentino