A partir de la genealogía indígena, cierta o presunta, de estos tres líderes, el investigador Hugo Chumbita traza en su libro ‘Hijos del país’ una particular teoría: la del mestizaje como inspirador de las políticas nacionales y populares de la historia argentina.
“La condición de mestizos de San Martín, Yrigoyen y Perón no es solamente una anécdota. El origen indígena que comparten por vía materna muestra que ellos padecieron en carne propia la contradicción que vivió el país. En el seno mismo de sus familias se da esa lucha de opuestos entre la cultura occidental y la autóctona. Esto los predispone a captar los anhelos y sentimientos del pueblo, y actuar en consecuencia para reparar las injusticias que habían sufrido como hijos del país.»
Palabras más, palabras menos, esta es la explicación que Hugo Chumbita reitera, a modo de tesis, cada vez que se le pide una reflexión sobre su último libro.
Historiador avezado en el oficio de cuestionar los pilares incólumes de la versión oficial de nuestro pasado, sabe que tiene entre sus manos una obra controvertida, polémica. Documentos descubiertos hace poco tiempo, tradiciones orales recogidas con minuciosidad, indicios que esperan ser algún día prueba fehaciente, hechos resignificados con agudeza.
Estos son los materiales con los que construye Hijos del País, los que le permiten trazar esta suerte de genealogía de los movimientos populares en la Argentina a partir de la historia familiar de sus líderes más representativos.
Los argumentos de Chumbita, sin embargo, no están atravesados por determinismos genéticos o biológicos. Explica la conducta de cada uno de ellos como el producto de una rebeldía madura frente a una realidad adversa. Así, San Martín pelea contra la España que lo había educado para liberar al país de su tutela, Yrigoyen lucha contra la oligarquía que renegó del proyecto de independencia, y Perón lleva a cabo transformaciones sociales progresivas con las que reduce la injusticia existente. Pero no son las únicas coincidencias que marca el autor. Hay otras que en gran medida se desprenden de la coincidencia-madre.
Los tres han sido el reflejo del carácter de sus pueblos, fueron caudillos carismáticos, recurrieron al secreto de logias y grupos secretos para maniobrar políticamente, preservaron del ojo público su identidad y guardaron en silencio la cuestión de su origen.
¿Cuál es la importancia que le adjudica a escribir un libro como este?
Hace años que estoy en esto de contar la historia argentina de otro modo. Pero después de la experiencia devastadora de los años ‘90 creo que la tarea es más urgente. El país quedó abandonado a su suerte, como un barco que se hunde. No sólo hemos sido saqueados, sino también engañados. Perdimos el sentido colectivo que necesita toda sociedad para consolidarse y nos cuesta recuperarlo. Para salir de esta encrucijada se necesitan miradas críticas del pasado. Eso es lo que intento aportar.
¿Dónde ubica el origen de estos males?
Hay que buscarlos en la fundación misma del país. La Argentina se construyó sobre la base de una revolución frustrada que, en lugar de lograr una verdadera emancipación, tanto en un sentido nacional como social, desató una terrible lucha de clases e involucionó luego hacia la sumisión neocolonial. A fines del siglo XIX y durante la primera parte del siglo XX, existió una etapa de mucha riqueza y de prosperidad. Pero se evaporó porque era una especie de burbuja que sólo consolidó una clase oligárquica alienada y excluyente. En ese período, el país fue «occidentalizado» a una velocidad tremenda y con un costo social terrible, como lo demuestra el genocidio de los pueblos autóctonos. Fue uña modernización forzada porque no fue producto de una demanda de la sociedad ni del ritmo natural de su evolución. Eso todavía hoy lo padecemos.
¿Cómo se supera esta situación?
En principio, asumiendo que éste es un país que tiene un sustrato indígena negado. Esto ya sería un avance notable. Nuestro drama fue siempre aparentar lo que no somos, pretender ser Europa por la fuerza. Con esta lógica, Buenos Aires se mira en las luces de París, la clase media aspira a parecerse a la aristocracia y el trabajador niega o ignora su parte indígena, al tiempo que desprecia a los indios de las comunidades. Se necesita una conciencia critica que nos permita asumir esta identidad, si no será difícil trascender como sociedad.
EL ENIGMA DE DON JOSÉ
Hasta ahora era más bien conocido que la abuela materna de Yrigoyen tenía sangre araucana, y que la madre de Perón era descendiente de tehuelches. Lo que no se sabía era que San Martín podría haber sido hijo de una india guaraní.
Aunque el enigma alrededor de los orígenes del prócer nunca pudo ser develado con claridad, nadie dudaba públicamente sobre la identidad de sus padres: los españoles Gregoria Matorras y Juan de San Martín. En los últimos años, sin embargo, una serie de investigaciones intentan probar que esto no fue así. El secreto de Yapeyú, el libro anterior de Chumbita, se inscribe dentro de esta corriente revisionista.
Todavía no hay pruebas contundentes, sólo indicios. Pero cada vez son más los que sostienen que el niño nacido en Yapeyú era hijo del brigadier Diego de Alvear y la criada de la familia San Martín, una nativa llamada Rosa Guarú.
Entre las muchas conjeturas, la más difundida dice que Alvear no quería reconocer a ese hijo ilegítimo porque no quería empañar su reputación. Por eso lo entregó en adopción al matrionio para el cual trabajaba la madre. A pesar de esto, se sostiene que Alvear no se desentendió completamente de la vida de su hijo, sino que siguió sus pasos a la distancia, aun después de que los San Martín dejaran las misiones guaraníes y regresaran a España: hay documentos que comprobarían que desde Buenos Aires le financió la carrera militar en el ejército de la península.
Según Chumbita, el extrañamiento que le producía al joven José no saber quién era en realidad, sumado a la conciencia de ser hijo de la violencia de los dominadores sobre los pueblos nativos, modeló su personalidad y su comportamiento futuro. Por eso se comprendería en cierta medida que hubiera abandonado su próspera carrera en el viejo continente y que se decidiera a dejar su familia legal para emprender el viaje de regreso. Es más, en un pasaje del libro −el más inquietante− el autor deja entrever que el joven San Martín venía dispuesto a rastrear el paradero de esa mujer guaraní que había estado encargada de él en su infancia, pues sabía que era su verdadera madre.
Esta hipótesis de Chumbita sobre los motivos del regreso en 1812 pretende echar por tierra, además, la teoría que ubica a San Martín como un agente inglés, esbozada en algunos escritos por Alberdi en algún momento, y recogida por algunos historiadores contemporáneos:
Su regreso al país y su empecinamiento obsesivo por la emancipación no se pueden explicar por una especulación económica o una especie de confabulación de secta masónica. Sin duda, San Martín era un hombre que miraba con buenos ojos a Inglaterra, como todos los revolucionarios del siglo XIX. Admiraba, sobre todo, su monarquía constitucional, que en esa época era un avance notable hacia la democracia. Pero de ahí a que San Martín fuese un agente inglés… es absurdo. Además, se contradice con los gestos finales de su vida, cuando se solidariza con Rosas en la lucha contra las potencias europeas. Está claro que volvió impulsado por la búsqueda de sus raíces y para luchar contra una dominación colonial que le había arrebatado a su madre natural, y que lo obligaba a mantener en secreto su origen.
¿Esto explicaría también las desconfianzas mutuas y los desencuentros con la elite porteña?
Sin duda. San Martín siente un especial cariño por Buenos Aires, donde vivió un breve tiempo, en su infancia. Pero la elite porteña no lo admite. Es evidente que hay un rechazo por este hombre de apariencia mestiza y de dudoso origen.
¿Qué hay detrás de las resistencias de la historiografía oficial para indagar en el origen filial de San Martín?
En algunos casos, subsiste el prejuicio tradicional sobre la inferioridad de la raza indígena. Admitir que San Martín era medio indio obliga a dejar de lado esta visión retrógrada, tan instalada. En otros casos, creo que la cuestión pasa más por cierta resistencia a aceptar las evidencias convincentes que hemos presentado, ante la posibilidad de que la historia oficial tenga que rectificarse. Esto sólo se dilucidará cuando se aprueben los estudios de ADN para confirmar lo que se presume. Pero, sobre todo, me parece que esta actitud forma parte de la vieja negación argentina por asumirse parte de América. Se construyó el mito de que éramos un país europeo, y por ende, diferentes del resto del continente. Esperemos que esto pronto cambie.
LOS CAUDILLOS MODERNOS
En términos politicológicos, podría decirse que el yrigoyenismo y el peronismo fueron los dos grandes agentes de ciudadanización de la sociedad argentina: el primero, sobre todo, en términos políticos, al permitir el acceso a los derechos civiles a quienes estaban excluidos, y el segundo, especialmente en cuestiones sociales y económicas, al generar mecanismos de integración inexistentes hasta entonces.
Para Chumbita, ambos movimientos son mucho más que eso: representan un viraje de sentido respecto de la vida política moderna de la Argentina. No son sólo sinónimos de soberanía popular y justicia social, sino también el espejo de un país desgarrado por sus dilemas irresueltos:
Los gobiernos de Yrigoyen y Perón coincidieron con los momentos ascendentes de las luchas por el proyecto nacional y popular, tantas veces relegado. Y eso no es casualidad. Responde a la simbiosis con las masas que estaban representando. El pueblo los veía como a uno de ellos porque realmente lo eran.
¿Cuáles son las falencias o limitaciones que encuentra en los movimientos que estos líderes encabezaron?
En el caso de Yrigoyen creo que no alcanzó a comprender bien la vida de los obreros. Tuvo intentos de acercamiento importantes, pero terminó reprimiéndolos en dos ocasiones, asemejándose bastante a los peores gobiernos oligárquicos. También se equivocó al dejar como sucesor a (Marcelo Torcuato de) Alvear, tanto en la presidencia del país como, luego, en la del partido. Tal vez pensó que, como era un hombre del «patriciado», iba a lograr la unidad de su movimiento. O quizás haya sido una especie de complejo de inferioridad a partir de su origen oscuro. En el caso de Perón, lo cuestionable es su personalismo. El otro error grave fue dejar al movimiento huérfano, sin sucesor ni institucionalización alguna, lo cual produjo un desencuentro trágico. Y en cuanto a sus movimientos, creo que en los dos casos sus seguidores los han traicionado asumiendo posturas que no estaban entre sus tareas históricas.
Revista Rumbos – Buenos Aires – Agosto de 2005