Semblanza física

Por Esteban Crevari

Hombre de elevada estatura, de figura bien proporcionada y aún elegante. Cuello vigoroso, más bien corto que largo. Anchas espaldas, de hombros muy ligeramente levantados, contribuyen a la impresión de solidez y virilidad que produce el tronco y toda su figura. Piernas largas, de equilibrada relación con el busto y el hombre total. Brazos también largos. Complexión robusta y aún recia. Salud extraordinaria. No siente el frío. En su casa no hay calefacción; mientras sus visitantes, abrigados con sobretodos, se hielan en los raros días crueles, él anda de saco, cuyo cuello se levanta para defender un poco el pescuezo.

Si en lo espiritual Yrigoyen heredó cualidades netamente paternas, su tipo físico, en cambio, vínole por la línea de los Alem. En efecto, su madre –a quien se le parecía mucho- era de ascendencia criolla con alguna antigüedad en el país, lo que supone inevitables aportes de sangre indígena

Cuerpo y postura

Su cuerpo es ágil, pero no lo parece porque se mueve con lentitud, con cierta gravedad sencilla que no llega nunca a la solemnidad. No gesticula jamás. Sólo alza el brazo para calmar a los amigos que discuten o para mostrar la trascendencia de alguna frase que está diciendo. En esta sobriedad de gestos, como en otras cosas, es distinguido, con una distinción natural análoga a la del hombre de campo. Sus posturas no son nunca forzadas. La más frecuente, cuando está en pie o anda, consiste en llevar las manos en los bolsillos delanteros del pantalón. Esta postura, habitual en los que en aquella época eran ancianos, le da cierto aire anticuado a su figura. A veces coloca las dos manos a la espalda. Durante una época, habitúase a echarse agua de colonia en las manos y a frotárselas. Su relativa distinción no es incompatible con cierto dejo de los antiguos compadres que hay en él. Así, la galerita, que suele colocarse algo ladeada hacia una de las orejas o requintada en la frente. Se le cree descuidado en el vestir. Lejos de eso, cada año se hace varios trajes, que pronto, con poco uso, regala a los pobres. Pero son trajes a la moda de 1880: sacos largos, solapas chiquitas, chalecos excesivamente altos. Tampoco hace planchar sus trajes, según se ve por los pantalones acordeonados. Como los viejos años atrás, calza botines con elásticos. Viste siempre ropas oscuras, preferentemente negras. Lo hace, seguramente, porque lo cree de acuerdo con su espíritu reservado. Acaso también por austeridad, porque siente que en una sociedad materializada y sensualista las ropas oscuras constituyen una expresión de “no-conformismo” y tiene un sentido revolucionario. Y también por hábito y necesidad de conspirador, pues el conspirador no ha de vestirse llamativamente. Sólo en sus últimos años, cuando alivia su austeridad, viste ropas más claras.

Su rostro

Su rostro, de base cuadrada –energía y obstinación muy fuertes, carácter inflexible, ascetismo- tiene “forma de pera”, y así lo ven los dibujantes, Su cráneo en punta es el “cráneo místico” de los fisiognomistas. Color moreno. Elevada frente –idealismo, exaltación de espíritu, serenidad para juzgar desde lo alto-, cuya forma oval alargada muestra al soñador, al místico, a la imaginación que raramente se ejerce en el dominio de lo concreto. Frente inclinada, algo fuyente –impulsividad, impresionabilidad- y con dos entradas no muy profundas en la oscura cabellera que se peina hacia atrás. “Frente arquitectural de pastor griego” llamó Del Valle a Yrigoyen. Sienes abiertas. Mejillas llenas y amplias.

Atraen sus ojos. Ni grandes ni pequeños. Están algo adentrados y los párpados los encapotan un poco. Bajo las cejas largas y compactas, los ojos, un tanto estirados, le dan al rostro un vago aire aindiado, que proviene de su abuela. Lenta, calmosa, la mirada. Llega, sin ser impertinente, al fondo de las conciencias. De suavidad excepcional, vuélvese en ocasiones dura, áspera, conminatoria. En otras, adquiere una delicada melancolía. Momentos hay en que otros ojos, como los de la serpiente, parece que hipnotizan. En otros diríanse los de un icono. Se comprende que esta mirada afectuosa, llena de simpatías y promesas, atraiga a los hombres con admiraciones fanáticas y enamore a las mujeres con pasiones hasta la muerte. Su mirada de enojo es por sí sola un castigo: hunde al que recibe.

Su boca, ligeramente entrada, es de correcta anchura y de labios muy delgados, reveladores de valor, resignación, orden, exactitud, meticulosidad, discreción, disimulación, control de las pasiones, honradez y autoridad. Al lado izquierdo hay una expresión amarga. El bigote; corto y ralo y en ángulo abierto, acentúa lo que hay de indígena en su rostro semilampiño. Irá raleando cada vez más, mostrando mejor la inmovilidad de sus labios.

La nariz, en la rectitud de su perfil, indica una vida rectilínea, honradez, sinceridad cordial, generosidad. Su barbilla huesuda, redondeada en los ángulos, es la del hombre equilibrado y de voluntad fuerte, de paciencia, de clarividencia y de persuasiva dulzura.

Tiene este rostro, algo de enigmático, que reside en la inmovilidad de las facciones. Contradicción entre la mirada bondadosa, cautivadora, y la boca fría, imperturbable: inmóvil en el silencio y moviéndose apenas cuando habla. En este rostro, aparece, en ocasiones, un asomo de sonrisa.