Por Gabriel del Mazo
Yrigoyen ha sido el más eminente conductor civil de nuestro pueblo. Otros grandes tuvieron también capacidad genial y temple heroico; ninguno como é su unción democrática, su en el hombre como entidad sagrada y universal, su vivencia y conjuro prospectivo y mágico. Ninguno como él encarnó la autenticidad de su pueblo. En la actitud hierática del elegido, fué “el portador de la canalsilla de mimbre en donde el alma del pueblo, sobre su lecho de arcilla, despierta al devenir». El movimiento popular que Yrigoyen representa y conduce durante un tercio de la vida nacional, constituye la primera posibilidad cierta en toda nuestra historia, de expresión integral de lo argentino.
Yrigoyen fué un místico político y un demiurgo de nuestra realidad. Pero a diferencia de los demás, concibió a la patria como existente, no en las cosas, ni en las construcciones artificiosas de la mente, sino en el corazón sentimental, capaz de ensueño y ardimiento, de los multitudes, y en su carne misma, laerada y doliente. Y él traza en nuestra historia el primer ademán desenvuelto y firme de la ascensión de su pueblo, que por fin se yergue sobre el légamo primordial. El alienta, durante cuarenta años “seculares», con la “excelencia de una meditación superior” y con el contagio apostólico de su espíritu, la demanda de las multitudes patrias ansiosas de ser, de crear, de traducir para el alto servicio humano el alma de nuestro pueblo, inexpresada y retorcida por el vasallaje social y mental de un siglo de vida del país.
“Autonomía del propio querer”. Contextura de Reformador. Firmes convicciones. Voluntad persistente e indominable. Maduración arraigada de ideas madres y troncales en posesión de lo profundo. Por veces, palabras simbólicas: «Causa”, “Reparación”, “Régimen” “Contubernio”; síntesis calificativas para definir y para amar al pueblo en la contienda. Su pensamiento escrito, dogmático, sobrio, peculiarísimo, sin contradicción, es así como el tema conductor -de vuelo lírico y entonación dramática- de una vasta sinfonía en desarrollo, timada en la identiilcación con su pueblo y con su historia. Inigualada fidelidad consigo mismo, porgue su concepción de fondo no es sólo modulo intelectual y pensamiento con grandeza, es doctrina viva y polémica de toda la nacionalidad, en su defensa, instauración y destino, enunciada por un gran jefe desde las posiciones más eminentes y responsables de la propia acción que desenvuelve.
Yrigoyen quebró todos los esquemas conocidos. Tomó las masas como unidades, en ves de las unidades por masas, y reivindicó al hombre aislado y anónimo en la comunidad nacional. Lo concc1tó como ciudadano y como hombre, vale deacir, como la voluntad civil capaz de integrarse y como espíritu autónomo. Lo nacional deja de ser ejecutoria falsa de grupos detentadoras y no puede expresarse ya como entelequia de doctrina extraña, ni como heráldica de símbolos externos. Si la nación es ahora el pueblo, lo nacional es una comunidad palpitante e inequívoca en la plenitud del espíritu con que todos los hombres del pueblo se animan y expresan. Por eso, lo que él llamó Reparación Fundamental, fué una proposición y un tema de lucha que incidieron derechamente sobre la médula de nuestros problemas. Era, junto con un desagravio al pueblo perpetuamente desestimado u ofendido, el planteamiento de la cuestión nacional sobre un plano primario, previo y básico, que hiciera posible erigir las construcciones plenarias del futuro.
«La canalla argentina», nominada en el poema colonial de Barco Centenera, allá en la penumbra inicial del siglo XVII, para diferenciarlo de la gente “de figuración y suelo“, sólo aparece en el trabajo esclavo o en la leva de los ejércitos de Mayo. Con ella se exhornó demagógicamente una revolución de ciudad con palabras francesas, insertada en un régimen feudal. La grande epopeya, la de los Andes, conquista para el drama el grande escenario, pero sobre él la movilización del pueblo es casi simplemente corpórea. Conmuévese sí un mundo paralizado, en el fervor de la estirpe innominada, que luego es rara, ecuestre en montonera. Mas el caos del Año Veinte no pudo verter todo lo fecundo que traía en su seno, y prosigue por treinta años la subordinación feudal de las masas en todas las ”figuraciones y desfiguraciones» con que la historia las designa. Multitud, “canalla argentina», alma americana sojuzgada y doliente, Pampa inmensa sin alumbramiento.
La clase territorial se afirma v sus titulares formulan pactos señoriales. La “organización» tradúcese en equilibrio adecuado de intereses materiales con el signo de la Gran Aduana y en la identificación con el programa de Europa. Llega como un imperativo de prohombres el apotegma pragmático: “hacer el país». En decir, colocarle el sistema como un sombrero, y luego encimarle códigos y estructuras; en vez de que el sistema surja de la vida misma, del organismo, como la copa de un árbol.
De la dictadura de los saladeros al gobierno estancia con forma constitucional. Cría de vacas y absorción de tierras; y siempre, matanza de indios. Frenesí del proceso de materialización propugnado desde mediados de siglo. Con el capital colonizador, la hipoteca de la libertad. Estado a lo vez servil y tirano. Usurpaci6n representativa. Y al final, el peculado y el fraude erigido en Régimen. “Descomposición de mercaderes donde nada se agita por ideal alguno.» Los pueblos, “entidades automáticas que explotar”, friso de su propio drama, coro de la farsa trágica.
Oídlo a Yrigoyen: “Han avasallado todas las formas de la majestad de la patria, han injuriado y escarnecido todos los atributos morales, y si no la han jugado en las carpetas del mundo no la han puesto bajo sus dominios personles, ha sido por imposibilidad material de poder hacerlo totalmente.” “Por eso la República se ha alzado en armas y lo hará tantas veces como se lo marquen sus sagrados deberes y sus augustos fueros. Si así no lo hiciere, sería indigna de si misma y de la misión que la Providencia le ha fijado en la escena universal.»
Y he aquí que Yrigoyen congrega al pueblo argentino por vez primera en su historia, para
tratar su vida v su libertad: «La nación ha dejado de ser gobernada para serlo por sí misma.» «El Régimen tuvo absolutamente subvertido el orden público, haciendo que los pueblos fueron para los gobiernos y no los gobiernos para los pueblos.» Por eso será necesario reemprender la historia “partiendo de las bases del derecho común», en la inspiración fundamental a imperturbable de que es de la entraña social, de la vida propia de los pueblos, de esa “fuente natural y sana», de donde surgen las grandes orientaciones, las grandes determinaciones de lo justicia social y de la creación característica.
“La autonomía es de los pueblos, no de los gobiernos». Y como los grandes trazos de nuestra historia expresan el drama social y cultural del desequilibrio metropolitano, Yrigoyen reivindica «la igualdad de las provincias hermanas en la indivisible solidaridad de los pueblos.” Cuéntese que, así como el espíritu de un hombre es federal, toda región con personalidad debe serlo de análogo modo. «Vitalizaremos todos los individuos y todas las regiones de la patria.» El federalismo argentino es el signo anticipado de la grandeza nacional; signo del genio del suelo y del pueblo o revelarse en una creación futura pero integral.
Por eso Yrigoyen, demócrata esencial, jamás quiso prefijar programas, en el respeto de la personalidad nacional. Y rehuyó el racionalismo de fórmulas, porque era primordial la fe y el sentimiento. Ocupóse de los gérmenes más que de las fuerzas logradas, de la luz más que del objeto; del calor, que es el alma de la sangre. Una vida individual hacia adentro del hombre. una vida nacional hacia adentro del continente.
La gran demanda consistía en abolir lo gentilicio de hecho, elaborándolo en sustancia ecuménica y espiritual. Y esta revolución que habría de nutrirse de los jugos más nobles, sólo podía ser concitada por fuerzas morales. Lo yrigoyeneano aparece así como reacción americana e idealista en nuestra política y como requisitoria histórica a la concepción materialista y utilitaria que estaba impuesta en la vida social de nuestro pueblo. Yrigoyen propugnó según su propio decir, una vida más espiritual y sensitiva, y el ejercicio de un apostolado humano de la más vasta trascendencia que resumiera en su concepción toda la nacionalidad. Por eso la Unión Cívica Radical, que es caudal y cauce de este movimiento histórico, no está planteada de esta suerte, como un partido político, como una militancia “de orden común». No es una parcialidad que luche en su beneficio. Es una unión ciudadana, una fraternidad de profesos que comulgan una religión civil de la nación. No advertirlo es caer en todos los errores de apreciación crítica o de conducta ciudadana en su seno. El poder debe ser para ella sólo una contingencia de su acción. Es necesario estar aprestado por si llega, pero el gobierno es «sólo una realidad tangible», mientras que la Unión Cívica Radical es una corriente histórica, un apostolado humano de entrada emotiva y de pulsación radical. Radical, porque viene y va a la raíz v esencia de la vida universal y de la nación. Radical porque tal es la irrenunciable condición de intransigencia que surge del propio imperativo moral de una patria que se juega. Si; “hay que empezar de nuevo” para restaurar y reconstruir las bases primordiales de la nación; «y si todo pudiera doblegarse a las eficiencias del poder, más imperativo aún sería permanecer inquebrantables».
Desarrollar los intereses materiales había sido el motivo casi exclusivo de la concepción política en auge. Las fuerzas mecanizados, los hombres sin fe, América como episodio de coloniazación. Las cosas sofocando a la libertad. La cantidad abogando al hombre. Una inmensa tienda esperaba los bajeles que traerían de fuera los trajes con qué vestir nuestra civilización postiza.
Pero así como el sufragio universal fué el instrumento primero para la movilización política y el alumbramiento civil de la conciencia nacional, Yrigoyen auspició desde el gobierno el mudo movimiento, hoy continental, de la Reforma Universitaria, que surgía aquí por obra de la juventud junto con esa incorporación del pueblo a la vida nacional. Y ella fue el reclamo emancipador de la nueva generación americana en la esfera de la cultura. Lo tengo dicho, que el acceso del ciudadano a la vida nacional como el acceso del estudiante a la vida universitaria, son dos índices de un mismo fenómeno. Son aspectos distintos de la misma lucha por la integración orgánica de nuestra. nacionalidad. El vasallaje social por las oligarquías políticas, dueñas del poder y de la riqueza, consumía nuestro aliento vital, del mismo modo que en el orden educativo el régimen de tutela mental que ejercieron, sofocaba nuestro porvenir en los retoños del espíritu naciente.
Con la muerte del gran repúblico se cierra un ciclo de la vida nacional y su espíritu se in
mortalizará en la devoción popular. Esto quiere decir que un nuevo proceso se abre en los umbrales que pisamos y que la nueva construcción debemos proseguirla bajo la égida de su gran espíritu, o como él dijera: “bajo la estrella de su ensueño esforzado“. Nuestra libertad ha sufrido, pero se ha hecho más honda allí en su seno natural. En el fecundo caos nacional e internacional que sobrellevamos y traspasaremos, precipitados los acontecimientos internos por ls crisis de un orden social que se derrumba universalmente. nuestro pueblo deberá proseguir -sin apartamientos ni desviaciones- la transformación que guió su gran intérprete y conductor. La nueva época habrá de caracterizarse como una gesta por las garantías sociales de la libertad. Juntamente con el ejercicio de la libertad política, hija de la conquista radical, debemos estructurar un nuevo régimen económico y social para garantirla, asegurando con una democracia de los bienes, al nuevo orden social y político.
«La democracia no consiste sólo en la libertad política», expresó Yrigoyen en ocasión memorable: “Falta fijar las bases primordiales de nuestra constitución social”. De este modo la democracia deberá integrarse, sojuzgando y disciplinando la economía para enriquecer la libertad de los hombres. La Unión Cívica Radical, al constituir la nacionalidad sobre sus cimientos primordiales no sólo profesa un sentido universal, americano y nacional de culto humano, sino que considera la correlativa exigencia, en punto de proceso, de conquistar junto con los instrumentos de la liberación política, el sistema de garantías sociales contra el privilegio económico que aboga la libertad. Así como Yrigoyen defendió la tierra y el subsuelo de la voracidad imperial o de la entrega traidora, debemos hacer posible la vigencia plena de la libertad individual, colocando el patrimonio común bajo el amparo o posesión de un Estado ampliamente nacionalizado.
Pueda así nuestro pueblo, en la total posesión de su cuerpo y en la total tenencia de su espíritu, ser Señor de sus bienes imperecederos. Ser como él mismo, para que su creación corresponda a lo inmortal del hombre, y ponga su nota, su acento propio y argentino a su esencia universal.
Las mismas premisas e inspiraciones que alentaron la concepción espiritual y política de la reintegración fundamental de nuestra nacionalidad, tuvieron con Yrigoyen su transnorte continental y universal correlativo: proyección argentina en los ámbitos del mundo. A la soberanía de cada ciudadano como hombre, de cada Estado provincial dentro de la comunidad nacional, corresponde la soberanía de cada una de las naciones en su concierto. El destino de cada nacionalidad se realiza e integra como el espíritu de un hombre en la gesta total humana: “nupcias de tierra y cielo, tiempo y eternidad».
Dijo el presidente Yrigoyen: “Ninguna nación puede ser tratada desigualmente, ni invadida su soberanía por creación artificial alguna». Cada entidad nacional debe cumplir según su propia inspiración, su parte en los destinos de la humanidad. «La Nación Argentina se siente poderosa para llevar al seno de la humanidad, su concurso, íntimamente convencida de que, al fin, la suprema justicia se impondrá en el mundo.»
En ninguno de los aspectos de la obra proteica de Yrigoyen se advierte como aquí su sentido mesiánico, su sacerdocio humano. Quiso hacer de su patria lo que él llamó en documento definitivo, “un emblema de la paz universal”. Fué un grande americano y un esforzado cultor de la fraternidad humana. En momentos históricos reivindicó a los pueblos sometidos, alegó que “los hombres deben ser sagrados para los hombres y los pueblos para los pueblos“, y formuló “su credo americano por la sustentación fundamental de las soberanías de las naciones». Y así como vivió en su patria «custodiando sus altares» y “dándole todo la savia moral y positiva de su vida” quiso infundir mundialmente el nuevo estilo que aquí nacía como preanuncio de destino glorioso. «La nación argentina -dijo a la Sociedad de Naciones- no está con nadie ni contra nadie, sino con todas para el bien de todas; y lleva en su definición, la unción santa de una nueva vida universal».
Este es el gran patriarca del pueblo y firme abanderado de su causa nacional v universal. Este es el gran espíritu rector que debe inspirar la obra del futuro si somos dignos de continuarla. Maestro primero de la democracia nacional. Gran Precursor de la construcción venidera. Bien pudo decir en páginas inmortales: «he c0bijado bajo el viento de demencia de los míos la chispa argentina de las forjas de la epopeya», “como el alucinado misterioso que los refractarios motejaron de una devoción incomprendida, irreductiblemente identificado con la patria misma».
Pero sobre su tumba de Poeta y Artífice civil, más que coronas y flores y cantos, tendremos que colocar «la espada de un soldado de la libertad».